viernes, 24 de octubre de 2014

Presentación de "Escaleno", de Claudio Colina Pontes, en la Sala MAC de Santa Cruz de Tenerife el viernes 24 de octubre de 2014

Por Idafe Hernández Plata y Ángeles Jiménez

“Escaleno”, ¿cómo el triángulo? No, como el músculo.
No siempre es bueno dejarse llevar por los bienintencionados consejos de los amigos. Gracias a eso hoy nos podemos reunir aquí para presentar la nueva novela de Claudio Colina; gracias a que desoyó, no ya el consejo, sino la tajante prohibición de su amiga Nieves para escribir una novela de montañeros. Luego la obligó a leérsela. Sé de buena tinta que ella ha perdonado su rebeldía, él se la ha justificado.
El cielo hinchado y redondo, mucho más cerca de la tierra, aquí mismo, el cielo no azul ni rojo ni violeta sino paralizado en un púrpura sin nubes ni oxígeno, un púrpura con filos negros que roza las aristas de la cordillera. El bosque ha perdido todo lo verde, ya no es bosque sino una ladera infinita desde mis pies hasta el valle erizada de troncos negros y pelados que emite un aliento de caldera vieja. Los animales husmean, revuelven los restos fétidos entre los árboles. Rocas grandes nos rodean, verticales y grises, en dudosos equilibrios megalíticos. Se mueven, crujen como velas lamidas por un viento perezoso. Piedras bajo la espalda, piedras como astillas caprichosas, guijarros bajo el cuerpo, los músculos crispados y el saco de dormir que se desliza como un caracol cuesta abajo hacia ese lago profundo que parece hervir, me escurro cada vez más deprisa por un tobogán pedregoso, los miembros inútiles, el cuerpo entero embutido y paralizado en esa funda ceñida de tela.
Así es Escaleno, o más bien así no es, porque Escaleno no es lo que parece, es como si cada momento pudiera demudarse en otra cosa, siempre con una grieta abierta por donde se puede escurrir lo inesperado. Como la montaña, tan megalíticamente estable y tan imprevista, tan misteriosa, tan impensable. Como los glaciares, tan mastodónticamente ágiles e inestables. Por eso Claudio ama las montañas, porque hay que inventarlas cada vez. Y los glaciares, por los siglos de secretos que esconden esas enormes lenguas de hielo durmiente: Sentado en una roca de la morrena lateral, envuelto por ese aire gélido, frente a los secretos de aquella enorme lengua de hielo durmiente, agrietada por los siglos, fumaba y afrontaba el silencio del valle. …encaramado en su púlpito, escuchando como un cura las confesiones de aquel mastodonte cuajado de siglos.
Esta aparente novela de montañeros despistados, en realidad transluce una historia de escaladores que se obstinan en un esfuerzo descarrilado que adivina el enfermizo empeño del hombre por no coronar sus cimas, en fracasar para no tener que soportar la luz de arriba, el aire irrespirable para el que no acostumbra a deambular por la altitud: Me falta el nitrógeno. Será el oxígeno, Parde. Eso. Y el nitrógeno también, joder. El miedo al brillo del triunfo. Yo creo que podría definirse como un libro de mal escalar.
Escaleno es básicamente una novela de soledades compartidas, o de soledades que confluyen hasta apenas rozarse para luego separarse de forma inevitable, y después repetir el ciclo infinito del hombre de encuentros y desencuentros encadenados hasta el último, el definitivo. El silencio de las piedras al rodar, del hielo al quebrarse. Soledad y silencio ásperos de montaña seca. Un silencio bordado con el hilo transparente de la brisa.
El juego de los tiempos que Claudio nos propone en las páginas de su novela, a veces incluso entre frases, nos obliga a estar atentos, siempre al acecho de lo que vendrá después, de por dónde se hilarán esas historias aparentemente deshilachadas, a sabiendas de que el que escribe no da puntada sin hilo, no regala palabra sin frase.
Claudio juega con los tiempos entre las historias, unas escritas en primera y otras en tercera persona, juega hasta sugerir que cada historia fuera de otro tiempo, incluso de otro espacio. Cada historia parece referida a otra, como si todas se vivieran a destiempo, o en dos tiempos. Como si cada personaje se contara a sí mismo su monólogo mántrico sin pensar en quién le escucha, o en quién le lee, por eso el lector acaba creyéndolo todo, porque parece mentira, pero al final, muy al estilo Colina, esta novela se baba en lechos leales.
Escaleno pareciera escrita con humor de segundo plano, pareciera que nos vamos a desternillar de risa en la siguiente escena, pero el giro posterior nos coloca en otra dimensión, una vuelta imprevisible que nos hace explorar otras aristas. Entonces la sonrisa no pasa de congelársenos en un rictus de mimetismo ambiental. Así, una imagen hacia el final del cerebro derramándosele por los oídos, el cerebro como una gelatina protestona a punto de rebosar por las orejas, por culpa de la falta de aire, no nos aparta lo bastante de la literalidad para tomarla a modo de caricatura.
             Y claro, como no podía ser de otra manera, el libro termina con una única historia en la que tan presente como el miedo se hizo la verdad.



Idafe Hernández Plata

Ángeles Jiménez

Claudio Colina Pontes


viernes, 7 de febrero de 2014

Presentación "Cúrate el alma", de Jorge Armas


Un amigo me comentaba hace unos días que no deja de ser curioso presentar un libro para curarse el alma en un antiguo convento y se me ocurrió pensar en las formas diferentes de tratarse el alma, quizá se podría pensar incluso que se trata de almas diferentes: el alma divina y el alma humana. La de Cúrate el alma es inequívocamente la humana y se cura con trabajo, no con penitencia, sino con trabajo y más trabajo, y además con responsabilidad sin culpa.
El título de curarse el alma sugeriría en principio que alma y cuerpo fueran cosas separadas y por tanto, que pudieran curarse, y enfermarse, de forma independiente, como si fueran asuntos distintos. Una idea por otra parte muy difundida socialmente, puede que por la pereza de trabajar cuestiones más elaboradas. Todo el texto, por el contrario, se dedica a acercarnos a la concepción del ser humano como una unidad en cuerpo y alma: difícilmente un padecimiento orgánico no produciría afectación emocional y una emoción amarga no dejaría huella en el cuerpo, aunque solo fuera en forma de un rictus facial sombrío.
Otro tema sería cómo saber que se tiene el alma enferma, cuáles son los síntomas, porque parece que hay más costumbre de observarse el cuerpo que el alma, además de que se dispone indudablemente de más recursos para tratar el cuerpo que el alma. Por eso nadie duda en acudir al médico a consultar cualquier dolor en el cuerpo y los dolores del alma muchas veces no se sabe ni a quién consultar. Por no mencionar que la mayoría de las veces no se sabe ni que se tienen ni que es innecesario tenerlos, que se puede vivir sin dolores, no es pecado.
Y es que al alma no se la puede tocar, ni diseccionar anatómicamente, ni analizar en el laboratorio, por eso para muchos no existe, porque tienen dificultades para subjetivar; pero qué es un ser humano sin alma, solo queda el animal sin palabras. Lo que sí se puede hacer con el alma, y de hecho se debe hacer, es escucharla, incluso hasta cuando no nos gusta lo que nos cuenta, ahí es cuando hay que escucharla con más atención. Escucharla o enfermar por sordera. Afortunadamente, tampoco se la puede extirpar.
Pues como parece que de momento no contamos con cirujanos expertos en almas que nos vengan a solucionar nuestras dolencias, solo nos queda encomendarnos a Dios o a nosotros mismos si queremos una vida algo más participativa e interesante.
Decía antes que el alma, ahora añado el cuerpo, se cura con trabajo, la salud se produce, no viene dada, pero ojo, que la enfermedad también. Ambas son de nuestra entera responsabilidad. Por eso insiste Jorge en la importancia del trabajo en la vida, en que no se puede vivir sin trabajar, si dejamos de trabajar morimos, aunque sigamos deambulando por aquí durante una temporada más, generalmente no muy larga. Y no se refiere estrictamente al trabajo remunerado derivado del contrato de tiempo por dinero, el trabajo es un concepto más amplio; se trata de no dejar de producir, lo que queramos, lo que elijamos, se trata en definitiva de producir salud y vida.
Porque según un conocido principio de la física, la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma, así que la energía que traemos desde el nacimiento, y que se conserva intacta durante toda la vida, aunque en ocasiones creamos que nos ha abandonado, debemos emplearla sabiamente, ponerla en la dirección apropiada, porque se puede poner en la salud o en la enfermedad, en producciones provechosas o en síntomas empobrecedores y peligrosos.
Y la mejor forma, quizá la única, de encauzar esta energía en la dirección correcta es saber hacia dónde nos dirigimos, cuál es nuestro objetivo en la vida y cómo pretendemos llegar a él. Elaborar proyectos que nos acerquen a ese objetivo y no cejar en el intento por muchos obstáculos que nos encontremos en el camino, sin obstinarse, como todo, evidentemente.
Comenta Jorge en su libro que los médicos que practican la medicina tradicional china les preguntan a sus pacientes cuál es el objetivo en sus vidas, si les contestan que no lo saben o que no lo tienen, les confesarán honestamente que no pueden hacer nada por ayudarlos. Así es, sin objetivos, sin proyectos no hay vida ni salud. Y un proyecto se diferencia de una fantasía en que tiene fecha concreta de ejecución, tiene un plazo y un plan concreto que hay que llevar a cabo. Si no, no era un proyecto, era otra cosa, quizá hasta un delirio.
Los proyectos ponen límites a la inercia de nuestra pereza. No se puede vivir sin límites, la muerte es el límite absoluto, por eso existe la vida. No hay vida sin muerte, pero hasta allí, todo es vida. Hasta entonces, mejor vivir sin resentimiento, envidia, odio o miedo. Y
–¿Miedo de qué?
–De tu propia luz.



Con los fotógrafos: Sayda, Victoria y Benjamín, muchas gracias